FLECHA DE PALO
Pedro Mardones
1 de agosto de 2023
Recuerdo cuando volví de aquellas tierras lejanas. Volví cansado, pero contento, habiendo obtenido de la mano de un gran artesano una hermosa creación: un arco de noble madera misteriosa pintada de negro y decorado con patrones rojo sangre e hilo de novedosas modernidades que usaban los hombres de mar, resistente como ninguno. En las manos de un niño, era solo un arma torpe, mas en las manos de alguien competente, como yo siempre me consideré, un instrumento sagaz y versátil. Digno del héroe o del gran cazador en el que me convertiría. Pero, hasta los más competentes de todos necesitan práctica. Después de todo los héroes no se hacen en un día.
Practiqué con las finas flechas romas que el artesano me había proporcionado, y lograba acertarle a los troncos de los árboles con precisión exquisita. Pero, hasta los héroes caen presa de la arrogancia, quizás ellos más que nadie, y una tarde decidí que estaba listo para algo más desafiante. Y lo que es más, una flecha con filo. Como no disponía de materiales mejores como piedra o metal para hacer la punta, simplemente afilé la punta de una de las flechas. No hacía falta más, pues en la mano de alguien entrenado hasta un palo es un arma. Tras clavarla en los árboles un par de veces, salí a buscar algo más desafiante que un tronco. Estaba listo para algo que se moviera. Fue entonces que un pájaro se detuvo en el techo de mi casa.
Me moví con sigilo, agachado, buscando la posición perfecta. Cuando la encontré, inspiré profundamente sin quitar los ojos de mi objetivo. Coloqué cuidadosamente la flecha y tensé el arco. Las aves cantaban y el sol se colaba entre las ramas verdes del verano, pero nada me desconcentraba. Inspire profundamente, solté la flecha y voló veloz al objetivo. Vi cómo atravesaba al pájaro y caía al suelo desplomado, como una hoja delicada violentada por la lluvia, y mi arrepentimiento fue inmensurable. Acababa de matar un pájaro, ¿y para qué? Yacía una criatura en el suelo, inerte por culpa mía. Ya no volvería a cantar ni a ver las hojas verdes del verano, pero yo sí. Pero no las disfrutaría nunca más por la culpa que llevaría en mis hombros. Sentí ganas de llorar. ¿Así son los héroes?
Por suerte, la flecha en realidad chocó contra la pared de mi casa, trisándose por ser de palo barato, y el pájaro se había ido volando sin daño alguno sin siquiera mirarme. Entré a la casa, y tal como un héroe derrotado de las leyendas trágicas, guardé mi arma para no volver a usarla, y quedó olvidada en los anales más recónditos del hogar de mi familia. Desde entonces no le volví a pedir a mis papás que me compraran juguetes en las ferias del sur.